Cuando gritaba es porque veía el futuro.

Abre los ojos, baja de un autobus tan feo como el paisaje. Algo suena entre su ropa. No hace caso, ha perdido su mochila, con sus cuentos, sus historias, su computadora, unos libros, la sudadera que le prestaron, una pluma roja, su credencial, la tarjeta de metrobus, papeles, notas, un cepillo de dientes rojo, la tarjeta del metro que le regaló su madre, cables, una antena de conejo. No sabe donde está. Su ropa sigue sonando. Está lejos de su casa, muy lejos. El ruido lo molesta, no sabe que hacer, sigue vivo, es lo que importa, sigue vivo, tiene dinero en la bolsa y un celular. Eso es lo que suena, el celular. Contesta, dice que está en un lugar y que va para alla, que va a tomar un taxi. Llega a casa, no logra contestar, su cuerpo sigue dormido, atontado, apenas y camina. Cae en su cama y duerme. Al dia siguiente no recuerda nada, sus músculos siguen un poco ingobernables, la memoria falla, el mundo ha cambiado, la vida a ha cambiado, el sexo ha cambiado. Siente frio, siente el vacio que hace tanto lo había dejado en paz. Las noches llenas de letras se rehusan a desaparecer. Piazzola toca una marcha funebre para aquel que ha sido y hoy deja de ser. Se anuncia el regreso del hijo pródigo: el oscuro, el no entrañabale, el inexplicable, el hijo que nunca quiso ser pero que sabe que nunca se ha ido. Los pies caminan a otro son.

Un tango de sures, naranjos y danzas rojas suena muy a lo lejos, cómo si no se escuchara, pero todos sabemos que está en la puerta de al lado.

No hay comentarios.: